En el recuerdo de la infancia quedan, medio escondidos, lugares mágicos. El armario dónde la abuela guardaba las ropas de la casa puede ser uno de ellos. Un lugar que desprendía, para una niña de siete u ocho años, sensaciones entrañables. Pero allí dentro, además, había algo con lo que esta niña se dejaba hechizar.

Eran los quimonos. Le gustaba mirar a su abuela cuando los sacaba para ordenar el armario, para revisarlos o simplemente para ponérselos un instante y recordar algún momento del pasado. Le gustaba verlos extendidos sobre el tatami y dejarse cautivar por sus colores y su tacto.

Entonces su abuela le hablaba, le contaba para qué ocasión había comprado éste negro y distinguido o quién le había regalado aquel otro de colores vivos. Los doblaba con cuidado y los envolvía en papel con la delicadeza y la familiaridad de quien sabe que trata con algo precioso e íntimo al mismo tiempo.

Despacio, tranquila, al mismo ritmo de sus manos huesudas, contaba a su nieta las historias que cada uno de ellos le traía a la mente, que eran la historia de su vida. El pueblo, la escuela, la guerra, su boda, los hijos, el incendio de la casa…

Hoy, quizás, aquella niña conserva algunos de aquellos tesoros y quizás también eche de menos otros que están en su memoria pero que, sin saber cómo, se perdieron mientras crecía.

Ahora, estos sentimientos y recuerdos se manifiestan en la pasión por estas prendas, delicadas, antiguas, siempre únicas; y se concretan en el trabajo de buscarlas, seleccionarlas y ofrecerlas en Kimono Hana.

Asami Hatano
Chief Executive Officer (CEO)